Un largo camino a la ciudadela Inca y un tipo llamado Gandhi
Cusco. Finalmente se venía Cusco
y con ella algunos de los puntos fundamentales del viaje, por Machu Picchu, el
Valle Sagrado, porque era una buena base para llegar al Amazonas, y porque era
un destino internacional, entonces iba a haber mucha gente y yo finalmente me
iba a hacer de un grupo de compañeros de viaje en algún hostel bien bullicioso.
Pero no, nuevamente iba a haber diferencias entre lo que yo buscaba y lo que
Perú tenía para ofrecerme. Porque ya en el micro (híper lujoso, de Cruz del
Sur; con asientos gigantes y pantallitas individuales con películas) se iba a
marcar mi destino, mi compañero de asiento resultó ser un sujeto muy simpático
que iba por negocios a la ciudad y nos pasamos largos ratos charlando. Tenía un
nombre difícil de olvidar, Gandhi. Sí, Gandhi. Hablamos de viajes, de política,
de todo un poco, y al llegar a la terminal, como yo no tenía hecha ninguna reserva
en ningún lado, hizo una llamada y me consiguió habitación en el hotel de un
amigo a precio de hostel. Se llamaba Royal Cusco, estaba muy bien y la
ubicación era ideal (a la vuelta de la plaza de armas). Imposible de rechazar.
Chau hostel.
No sé si fue la altura o las
curvas de la ruta pero mis primeras horas en Cusco fueron con un mareo
constante. Dejé las cosas, me tomé el enésimo mate de coca y salí a dar mi
primera vuelta por ahí. La plaza de
armas es sencillamente hermosa, toda adornada con flores coloridas y rodeada de
edificios y monumentos, todo con el marco de las montañas al fondo. Había
un desfile de trajes típicos y, como en Arequipa, estuve un rato luchando para
sacar alguna foto como la gente hasta que me rendí. Después de almorzar me tiré
en la cama a descansar, y revisando mensajes con el celu encontré el de los
chicos de Abrazamundos, una pareja de
argentinos (Sergio y Ani) que está recorriendo Sudamérica en una combi y que yo
había contactado por Facebook a ver si coincidíamos en algún punto. Afortunadamente
todavía estaban en la ciudad. La posibilidad de hacer amigos me activó al instante
y me fui a su encuentro hasta un pasaje peatonal donde vendían artesanías. Nos
pusimos a charlar un rato, enseguida hubo buena onda y me invitaron a ir con ellos al día siguiente a Machu Picchu, encima por
el camino de Hidroeléctrica, que era más aventurero que ir con el tren. ¡Excelente!
No había tiempo que perder, me fui volando a sacar la entrada, conseguí para la
ciudadela y para el ascenso a la Montaña
Machu Picchu (para el de Huayna
Picchu, el más popular, no quedaban). Les confirmé que iba con ellos y me
fui a hacer los arreglos al hotel y a preparar la mochila. (Si querés ver lo que postearon los chicos sobre Machu Picchu, clickeá acá)
Cuando salí a cenar pasé por un
par de agencias para averiguar por excursiones a la selva (Parque Manu o
Tambopata) pero no tuve suerte, al ser sólo yo eran carísimas. Seguiría
averiguando al regreso de Machu Picchu.
A las 6.00 am nos encontramos con
Sergio y Ani y nos fuimos hacia una terminal medio escondida, creo que se la
conoce como terminal de Killabamba. Muy
chiquita, muy local, con muchos gritos de los empleados santamaríasantamaríasantamaríaaaa. Sacamos boletos a Santa María
(15 soles c/u). Comenzaba nuestra
travesía. Hay tres formas de llegar a Machu Picchu, por el famoso Camino
del Inca, en el coqueto tren a Aguas Calientes, o por el camino de la selva,
que se lo conoce como Hidroeléctrica. Éste último, que es el que nosotros
hicimos, es el más económico.
Como ya conté en este micropost el viaje es realmente
agotador. Son seis horas en un bus destartalado subiendo y bajando montañas,
siempre en curvas muy pronunciadas. Desde Santa
María, un pueblito diminuto como los de las películas de cowboys con
casitas desparramadas al costado de la ruta, tenés que seguir en taxi otra hora
y media de ripio sinuoso hasta Hidroeléctrica,
que es solamente una estación de trenes con un restaurante y un puestito de
control donde te tenés que anotar antes de seguir el camino a pie.
La caminata es genial, bordeando casi siempre el río Vilcanota, y rodeados
de la exuberante vegetación selvática, tenés que seguir el recorrido de las
vías del tren. El tema es que nosotros ya estábamos muertos y tardamos unas
3 horas en llegar al bendito pueblo de Aguas
Calientes. El lugar es muy lindo y coqueto, pero lo poco que lo recorrimos
nos dejó la sensación de que poco tiene que ver con el resto de las poblaciones
de la zona, como que ya está concebido como base de un complejo turístico. Conseguimos
un hostel (15 soles c/u), cenamos rápido y nos fuimos a dormir. Al día
siguiente queríamos llegar bien temprano al complejo para evitar la gran
aglomeración de visitantes.
Una hora de subida por escaleras incas, de madrugada, es lo que te
separa de la ciudadela. Arrancamos a oscuras, con linternas, en un lento
peregrinar de viajeros. Para cuando llegamos a la base del complejo nos faltaba
el aire. Nos sentamos un rato en una parecita a descansar y de a poco íbamos
moviendo la cabeza hacia ambos lados para ver “si se veía algo” porque allí, en
la base, sólo hay un restaurante, una tienda de regalos y los molinetes para
entrar al complejo; al fondo la bruma ocultaba nuestro objetivo.
Mientras descansábamos empezamos
a buscar socios que hablaran castellano para contratar una guiada por nuestra
cuenta, así lo hicimos, armamos un grupo y arreglamos con una chica para hacer
la visita. La guiada duró 2 horas y estuvo bastante bien. Al aprovechar las
primeras horas podés recorrer el lugar sin demasiada gente (hacia el mediodía,
la concentración de gente lo hace insoportable) y sin tener que esperar para
entrar a cada espacio.
Declarada Patrimonio de la
Humanidad por la Unesco en 1983 y una de las siete maravillas del mundo desde 2007, poco se sabe a ciencia
cierta sobre Machu Picchu. Es que no hay registros históricos que hablen de
ella, ni orales de los propios Incas ni escritos de los españoles.
Probablemente por siglos ha permanecido oculta en la selva hasta que fue
redescubierta, por así decirlo, por el historiador norteamericano Hiram Bingham. Si bien no es la única
persona que las había visitado por esos años, se le otorga gran importancia
porque él fue el que impulsó el estudio de las ruinas, lo que derivaría hacia
mediados del siglo XX en el destino turístico más grande de Perú. Algunos creen que fue una residencia de
retiro del Inca Pachacútec, otros,
que era un santuario religioso; pero en lo que todos coinciden es en que fue un
sitio muy importante por la calidad de su arquitectura y mampostería. Algo de
esto te explica el guía mientras te pasea por las ruinas mostrándote lugares
increíbles como el Templo del Sol, la
Plaza Sagrada, el Templo de las Tres Ventanas, el Grupo del Cóndor o la piedra sagrada de Intihuatana. Pero te explique lo que te explique o te muestre lo que te muestre poco
importa al lado de la emoción que vas a sentir apenas se corren las nubes del
amanecer y asomen los ángulos de las construcciones. Es sencillamente increíble.
No sé si son las formas, los ángulos, el paisaje mágico en el que está
enclavado, o su leyenda, pero lo que generan esas ruinas es claramente
fascinación en todo el que las visita. Y no sólo lo sentís, sino que lo ves en
las caras de los que te vas cruzando. Y vos te querés quedar a vivir ahí, y
querés sacar una y mil fotos, y caminarla una y otra vez de arriba abajo y de
derecha a izquierda.
Al avanzar la mañana sus pasillos
se van poblando de turistas y uno se va poniendo fastidioso. Entonces es tiempo
de moverse, de cambiar el punto de vista. Hay varios puntos panorámicos a los
que se puede acceder: podés comprar la entrada para subir al Huayna Picchu, que es la típica montaña
que se ve en las fotos y la más popular, o a la montaña Machu Picchu, que es más alta y tiene unas vistas geniales;
o podés ir gratis hasta la Puerta del Sol
que también tiene hermosas vistas. De esta manera esquivás el momento de mayor
concentración de tours en la ciudadela. En este punto nos separamos con los
chicos, yo tenía ticket para la “montaña” y ellos no, así que Sergio y Ani se
fueron para la Puerta del Sol y yo encaré la subida de Machu Picchu. Terrible. Una
hora y media de inclementes escaleras Incas, a un lado la montaña, al otro el
precipicio, en el medio, mis cuádriceps que amagaban con abandonarme a cada
rato. No llegaba más, me morí de calor, traspiré, llovió, hizo frío, salió el
sol, volvió a llover, y la cima no aparecía más. Casi arrastrándome llegué a la
cumbre y las nubes lo habían tapado absolutamente todo. Me reí por no llorar y
como pude me acerqué hasta un refugio que hay para sentarme y esperar que
aclare. Pasaron varios minutos hasta que se despejó: era el techo del mundo, veías absolutamente para todos lados, la
ciudadela quedaba chiquita ahí abajo. Unas vistas alucinantes. No había
tiempo que perder porque las nubes amenazaban con volver. Saqué todas las fotos
que se me ocurrieron y después, despacito, empecé a bajar. Me temblaban las
piernas. Fue realmente difícil.
Para cuando regresás de estos puntos
panorámicos, pasado el mediodía, gran parte del público se está volviendo con
sus contingentes y Machu Picchu recupera, lentamente, su encanto misterioso. Y
volvés a caminarla, a retratarla, a contemplarla, a sentirla. La llovizna y la
bruma, le dan un aire de aventura que lejos de aplacarte te anima a seguir un
poco más, y subís y bajás cientos de veces por sus rincones de piedra,
persiguiendo, cámara en mano, a las llamas que bajan a pastar por sus andenes.
Cuando el sol se empieza a poner se hace la hora de desandar el camino hacia
Aguas Calientes, exhaustos y emocionados, comentando lo increíble de las
ruinas.
Nos acostamos temprano agotados
por nuestra experiencia y para reponernos un poco porque al otro día había que
salir temprano para nuestro largo regreso hasta Cusco. Aquí está, a mi parecer,
el único punto flojo del camino de Hidroeléctrica, si querés evitar hacer el tortuoso recorrido en bus de noche, lo que a
nuestro parecer le agregaba más riesgo o intranquilidad, tenés que salir muy
temprano con lo que, nuevamente, no lográs recuperarte del esfuerzo físico que
ya tenés que volver a caminar. Es así que salimos a las 4.00 de la mañana
para poder hacer todas las combinaciones de día (caminata, taxi –que depende de
los horarios del tren, porque Hidroeléctrica no es un pueblo- y bus). Así llegamos
agotadísimos a Cusco a las 15 hs, y yo, sin más resto que para llegar al hotel
y dormir todo lo que pudiera, me despedí de los chicos. Habían sido 3 días muy
intensos no sólo por Machu Picchu sino también por lo que disfruté la compañía
de Ani y de Sergio. Era tiempo de descansar. Ya llegaría el momento de conocer
Cusco.